Todo el mundo experimenta cambios de ánimo, pero en algunas personas los altibajos son imparables y extremos. Quienes padecen de un trastorno bipolar basculan entre la depresión y la excitación (“manía”) a lo largo de la vida. Los picos de manía –en los cuales predomina el pensamiento acelerado, la euforia, el exceso de energía, la irritabilidad y hasta la grandilocuencia–pueden terminar en depresiones profundas. Pero, en general, los estados extremos están separados por intervalos libres de síntomas durante los cuales el paciente funciona con normalidad. Esta enfermedad suele transmitirse de una generación a otra y por lo general se dispara en la adultez temprana luego de un suceso negativo. En su base estaría un desequilibrio entre neurotransmisores excitatorios e inhibitorios. Llamado antes “psicosis maníaco depresiva”, el trastorno bipolar muestra hoy diversos grados, algunos con deterioro cognitivo y otros con un alto riesgo de suicidio. Es preciso que los pacientes cum plan con la terapia farmacológica para evitar la progresión de la enfermedad y las recaídas. El litio es el medicamento más utilizado, aunque en los últimos tiempos se ha extendido el uso de fármacos anticonvulsivantes. Para tratar las crisis, se utilizan algunos antipsicóticos atípicos. Es importante que los pacientes cuenten con una psicoterapia y apoyo social.