Cuando una persona sufre un trastorno neurológico repentino, se lo lleva a un centro hospitalario para la atención de emergencia. Pero el tratamiento debería contemplar no sólo la estabilización física del paciente sino también la reducción de las secuelas y la discapacidad neurológica, social y laboral que sobrevienen tras un evento. Los ataques cerebrales constituyen la primera causa de discapacidad en los adultos, mientras que los accidentes automovilísticos provocan las secuelas más importantes en los menores de 40 años. Las consecuencias de estos problemas pueden ser trastornos para caminar, alteraciones del lenguaje o problemas intelectuales para percibir sensaciones y para organizarse en el espacio. También puede experimentar depresión, frustración o ira, y aislarse progresivamente de los demás. El principal objetivo de los programas de rehabilitación es ayudar a las personas a lograr su capacidad funcional óptima y la mayor independencia posible en las actividades de la vida cotidiana. Las probabilidades de recuperación dependerán de la edad del paciente, la magnitud del daño, su localización y el momento en que se inicia el tratamiento de rehabilitación. Si bien la rehabilitación es un proceso prolongado y cada persona reacciona de forma diferente, los médicos saben hoy que existe un período crítico dentro de los seis meses posteriores a un evento agudo. Es la llamada “ventana de oportunidad”. A los seis meses, el porcentaje de sobrevivientes que requiere algún grado de asistencia llega al 53 %, mientras que al año desciende al 33%. Luego, el paciente permanece estable durante los primeros cinco años. Pero la dis capacidad aumenta más tarde, probablemente, debido a los efectos de la edad. Por todo esto, el tiempo para iniciar la rehabilitación es clave para aprovechar los procesos de autorreparación del cerebro (plasticidad neuronal) y de compensación de déficits.

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