Afecta a alrededor de una de cada 100 personas y se manifiesta generalmente con convulsiones que duran entre 30 segundos y 2 minutos. Provocada por una alteración de la actividad neuronal del cerebro, la epilepsia puede presentarse de forma muy notoria –con pérdida de conocimiento, violentos espasmos musculares e incluso caídas al suelo– o con síntomas más leves, como un breve ensueño. Antes de los ataques, algunas personas tienen sensaciones extrañas, perciben olores o visiones, tienen un déjà vu o experimentan cambios de comportamiento (aura). En otras, no existen señales de advertencia y padecen ausencias repentinas, trastornos emocionales y motrices. Tras las crisis, las personas pueden sentirse confundidas y no recordar qué les ha pasado. Son muchas las posibles causas de la epilepsia, desde una predisposición genética hasta una enfermedad infecciosa o una lesión cerebral. Una convulsión puede emerger aisladamente por efecto de la fiebre alta, el consumo de una droga, cambios hormonales o por alteración de la glucosa en sangre. Algunas epilepsias comienzan en la infancia y se prolongan; otras aparecen en la vejez, junto con problemas vasculares. Básicamente, existe una epilepsia focalizada –generada en una determinada área del cerebro, como el lóbulo temporal– y otra generalizada, que involucra a los dos hemisferios cerebrales y suele manifestarse con movimientos involuntarios del cuerpo, rigidez y pérdida del conocimiento.