No cualquiera se convierte en un adicto a una droga: es preciso tener un determinado perfil psicológico y un entorno social predisponente. Pero lo cierto es que existen adictos en todas las clases sociales y en cualquier nivel económico. Y, a diferencia de lo que se cree, la adicción es una verdadera enfermedad cerebral. Disparada por el abuso de diferentes estímulos químicos, la adicción produce una alteración del circuito neuronal de la recompensa o del placer que existe en el cerebro, que incluye varios núcleos grises y la corteza frontal. Cualquiera sea la droga –desde la nicotina del cigarrillo, el alcohol, hasta el éxtasis o la cocaína–, el estímulo químico pone en marcha un mismo mecanismo: se activan los receptores neuronales al neurotransmisor dopamina en distintas zonas del ce rebro. El mensaje dopaminérgico de sencadena euforia, relajación muscular, desinhibición, aumento de la percepción visual, táctil o auditiva y una coordinación motora más fina, además de placer. La activación repetida de este circuito produce una reconfiguración de las conexiones sinápticas. A la larga, se necesita ir aumentando las dosis para obtener la misma sensación de recompensa en el cerebro.