Corría el año 2007 cuando María Celeste Bouza tuvo los primeros síntomas. Al año siguiente se le agudizaron: notaba una creciente pérdida de visión, a lo que luego se sumó el problema de la amenorrea (falta del período mensual). Era raro en una joven veinteañera, pero los ginecólogos y oftalmólogos que consultaba no daban una solución.
Fue a mediados del año 2008 cuando un oftalmólogo le recomendó que fuera a un neurólogo. Cuenta su madre, Mónica Junco: “Visitamos a uno y decide hacerle una resonancia magnética. Así se detectó un tumor en glándula pineal. La neuróloga nos dijo que no era un problema que revistase urgencia, pero como seguía con el problema visual fuimos a una neurooftalmóloga”. Todo eso sucedió a fines de ese año.
En diciembre María Celeste comenzó a sentir dolores muy fuertes en su cabeza. Como era época de exámenes –ella estudia Veterinaria— pensaron que era un problema de otra índole. “Se pensó que era más cervical o de columna”, recuerda su madre. Pero la terminaron derivando a un centro de salud en Adrogué. El 18 de diciembre fue internada con diagnóstico de hidrocefalia. “El 6 de enero consigo la derivación a FLENI. Ya habíamos iniciado los trámites: el doctor Rojas nos pidió que enviáramos los estudios por fax y nos dijo que el doctor Condomí Alcorta iba a estudiar el caso y las posibilidades. Llegamos el día 6 a las 7 de la noche, le hicieron todos los estudios y a las 6 de la mañana nos dijeron: ‘la operamos ya’. Nos explicaron el pro y el contra, y se hizo. Sentimos que habíamos estado perdiendo todo el tiempo anterior”. La intervención les llevó a los médicos siete horas, “interminables horas”, como describe la madre ese momento. “Cuando nos llaman, nos dicen que tenía un tumor sangrante muy delicado por su ubicación; sacaron muestras para hacer biopsia y nada más. Nos dieron un panorama desolador”. Con el resultado de la biopsia se encontraron el 21 de enero con la doctora Blanca Diez. “Nos dijeron que si bien era un tumor germinal maligno en la glándula pineal, que era agresivo, tenía tratamiento. Había una luz de esperanza. La doctora Diez nos explicó que si bien era agresivo y crecía, también era muy sensible a la quimioterapia”.
María Celeste recibió su primera sesión del tratamiento. En la segunda, el tumor se redujo a la mitad. En la tercera, prácticamente había desaparecido. “La primera se hizo en terapia intensiva; la segunda, en intermedia; la tercera ya estaba en piso. Lo importante es que no era la paciente de la habitación número tal: ella siempre fue María Celeste”. En total la paciente tuvo siete meses de internación en cama, lo que la llevó a hacer un trabajo de rehabilitación. Como secuelas, sufre disminución en la visión, con pérdida de la visión del ojo derecho. “El nervio del ojo derecho está atrofiado; el ojo izquierdo tiene una atrofia no tan grave”. También tiene trastornos en la memoria reciente y está bajo tratamiento por un problema hormonal y la amenorrea. Para terminar, Mónica Junco quiere destacar algo: “A pesar del profesionalismo, veías en las caras de ellos la desazón, ese no explicarse cómo una persona tan joven estaba en esa situación. Pero insistían mucho en que no perdiéramos las esperanzas. Cuando nos ponemos a analizar ahora esos momentos, vemos que ese apoyo fue importantísimo”.