Diversas manifestaciones culturales, religiosas y la propia intuición sugieren que de alguna manera "estar tristes nos hace doler el corazón". En los países anglosajones, algo doloroso emocionalmente se dice que es "heartbreaking" (que rompe el corazón). Y según las Escrituras (Eclesiástico 38,19) "la tristeza origina la muerte/y la tristeza del corazón consume el vigor".
¿Qué dice la ciencia de todo esto? Podríamos decir que lo confirma todo. Hoy sabemos que la depresión lastima al sistema cardiovascular. En personas sanas del corazón, padecer depresión aumenta las posibilidades de desarrollar problemas coronarios. Más aun, en personas que ya tienen problemas cardíacos, la depresión aumenta tres veces la mortalidad de origen cardiovascular.
¿Cómo ocurre que algo que generalmente consideramos "psicológico" puede producir daños en el cuerpo? La tristeza activa una serie de "cascadas" de eventos corporales que inicialmente resultan adaptativos a las situaciones de estrés, pero que cuando se prolongan, terminan dañando al corazón y a los vasos sanguíneos. Veamos.
Una de las vías de daño corporal mejor estudiadas es la que involucra al "sistema nervioso autónomo". Se llama así a la división del sistema nervioso que, en contraposición a la sección "voluntaria" (la que nos permite mover músculos) se produce independientemente de nuestra voluntad.
No elegimos que nos lata más rápido el corazón, ni que nos traspiren las manos, o que nos suba la presión, cuando nos sentimos nerviosos o angustiados. De ahí el nombre de "autónomo".
El sistema nervioso autónomo tiene dos divisiones: simpática y parasimpática. La sección simpática (¡que en realidad, como veremos, de "simpática" no tiene nada!), es la que se activa en situaciones de peligro, y prepara el cuerpo para la pelea o la huída. La sección parasimpática se activa en situaciones de relax, tranquilidad y placer. Durante los estados depresivos el simpático trabaja a más no poder, y el parasimpático está inhibido. Esto lo sabemos estudiando con mucha precisión pequeñas variaciones en los latidos cardíacos que nos permiten saber cuándo está activo un sector y cuándo el otro.
Si bien al principio este perfil de actividad nerviosa autonómica es adaptativo (prepara al cuerpo para el estrés), cuando la situación se prolonga predispone a los vasos sanguíneos a que acumulen grasa y sectores inflamados en sus paredes, produciendo aterosclerosis. A su vez, el corazón, trabaja más de lo que puede aguantar y se vuelve más sensible a arritmias malignas que pueden terminar en un episodio cardíaco muy serio.
El tema no termina allí: la depresión también produce que la sangre coagule más fácilmente y que las plaquetas (que son "pedacitos" de células que normalmente obturan las hemorragias) se agreguen también más rápidamente, favoreciendo la aparición de "trombos" (coágulos) dentro de los vasos. Es así como las arterias coronarias se tapan y se producen déficits de irrigación sanguínea en el corazón.
Entonces vemos que la depresión, lejos de ser tan solo un estado psicológico desagradable, es un verdadero estado corporal que puede producir daños a veces irreversibles, y que por esos motivos requiere la consulta sin demora y tratamientos médicos adecuados.
Dr. Salvador Guinjoan, Jefe de psiquiatría de FLENI e investigador del Conicet.
Fuente: entremujeres.clarin.com