La misma proporción no sabe que tiene tratamiento específico. Lo reveló una amplia encuesta (la mayor en habla hispana) realizada en 13 provincias.

Junto con el cajón de sodas, el bidón de agua o las botellas de jugo, el repartidor fue el encargado de entregar casa por casa entre sus clientes una encuesta para medir cuánto saben los habitantes del país sobre ataque cerebrovascular (ACV). Así se obtuvieron datos de 12.710 hogares de 13 provincias, en lo que se convirtió en el sondeo más grande sobre el tema en habla hispana. ¿El resultado? Buen nivel de conocimiento sobre factores de riesgo y síntomas, pero algunas falencias en lo referido a la acción ante la urgencia y al tratamiento.

El ACV es una de las principales causas de muerte en Argentina y la primera de discapacidad. Si bien la mayoría de los consultados es consciente de que puede causar discapacidad y muerte, casi uno de cada tres ignora su potencial gravedad, arrojó el estudio sobre SItuación de la enfermedad cerebrovascular Fundamentada en encuestas de HOgares Nacionales (SIFHON), realizado entre 2014 y 2016. La sigla no es casual. Cuando los especialistas de la Fundación FLENI decidieron encarar el relevamiento, se preguntaron cómo distribuir las encuestas de manera confiable. Y el viejo y conocido sodero se reveló como la figura ideal: tiene un acceso cotidiano a los hogares y aún hoy mantiene una importante tasa de distribución en todo el país. El número de encuestas distribuidas fue proporcional a la cantidad total de habitantes de cada provincia según el último censo.

Isquémico o hemorrágico. Esas son las dos formas en las que puede presentarse un ACV. En la primera (y más frecuente) un coágulo es responsable de la interrupción del flujo de sangre en el cerebro. Mientras que la ruptura de algún vaso sanguíneo del cerebro es la causa del hemorrágico. En ambos, el inicio es súbito y la falta de oxígeno provocada por el ataque desemboca en la muerte de neuronas. Reconocer los síntomas, solicitar ayuda y recibir tratamiento urgente puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Y en esos aspectos, las aguas del conocimiento se bifurcan. Tres de cada cuatro encuestados reconocieron acertadamente la pérdida súbita del habla, de la fuerza, la sensibilidad y/o la visión (signos que se expresan por lo general en una mitad del cuerpo) como síntomas de un ataque cerebral. Un porcentaje algo menor (67%) identificó al dolor de cabeza muy severo, repentino y persistente como señal de alerta. Un buen resultado. Pero tan clave como detectar esos signos es qué hacer cuando aparecen. Y ahí el desempeño fue un poco más flojo.

“La conclusión es que existe un conocimiento amplio sobre la enfermedad, que la gente en general sabe lo que es la enfermedad cerebrovascular. La mayoría dice que su información proviene de los medios, no tanto de su médico de cabecera o de otras fuentes. Hay una buena identificación de los factores de riesgo (hipertensión arterial, colesterol, tabaquismo y diabetes, principalmente). Los datos que no son muy alentadores se observan cuando entramos en algunos detalles: los síntomas transitorios, la existencia de tratamientos específicos para la enfermedad y respuesta ante la emergencia. En esas cosas yo creo que se necesita un poco más de énfasis y de educación”, dijo a Clarín Sebastián Ameriso, jefe del Centro Integral de Neurología Vascular de FLENI.

Síntomas transitorios: no dejarlos pasar

Un ataque isquémico transitorio (AIT) se presenta con los mismos síntomas que los de un ACV. La diferencia es que se prolongan solo durante unos minutos y luego desaparecen sin dejar lesiones cerebrales ni secuelas. No obstante, debe ser considerado como una advertencia importante, ya que es uno de los marcadores de riesgo inminente más fuertes. Se calcula que el 10% de los que sufren un AIT sufrirán un ACV en los próximos 30 días.

El estudio reveló que falta conocimiento sobre ese aspecto. “Casi uno de cada dos (44%) no identifica que el haber tenido un síntoma transitorio aumenta el riesgo a futuro”, manifestó la neuróloga Daiana Dossi, que participó de la investigación. Lo positivo: la mayoría de los encuestados (84%) consultarían al médico aunque los síntomas fueran pasajeros. El hacerlo a tiempo posibilita el acceso a terapias preventivas que disminuyen el riesgo de recurrencia.

Tratamiento

“Cuando el ACV es abordado en forma temprana, se aumentan 50% las chances de recuperación”, precisa Ameriso. A eso se debe que los especialistas machaquen tanto en la importancia de buscar atención en forma urgente. En el caso del ataque isquémico, hasta cuatro horas y media posteriores al inicio de los síntomas se le puede aplicar al paciente la tPA, una medicación que se usa para desobstruir el coágulo. Dice Dossi: “Como es un tiempo muy pequeño es muy importante que los pacientes sepan identificar rápido los síntomas y acudan a la guardia. Porque es un tratamiento que les cambia el pronóstico de la enfermedad completamente”.

Pero la realidad es que se trata de una alternativa terapéutica que no está disponible en la mayoría de los centros de salud, tanto públicos como privados. Pese a que está hace disponible hace más de 20 años en el mercado, aún no forma parte del Plan Médico Obligatorio, y en Argentina no la recibe más que uno de cada 100 pacientes, calcula Ameriso. “Este es hoy uno de los grandes problemas. Y nuestro estudio sirve también para ver eso. No dar este tratamiento es más o menos lo mismo que no suministrarle antibióticos a alguien que tiene una neumonía. Parte del poco conocimiento de la gente se asocia a que no lo reconoce como algo que está disponible”, afirmó el investigador en relación a que cuatro de cada 10 consultados ignoran que existe un tratamiento específico para el ACV.

La mayoría de los pacientes lo que reciben es el tratamiento de sostén, basado en el manejo de ciertos parámetros, entre los que se incluyen: control de la presión, el colesterol y buscar la causa del ACV. También la planificación de la prevención, porque esta es una enfermedad con altas posibilidades de repetirse.

Acción ante la urgencia

Ante la aparición de los síntomas, la mitad de los encuestados respondió que se trasladaría a un centro médico por sus propios medios, tan solo un cuarto solicitaría una ambulancia, un 16% pediría un turno con el médico y un escaso 3% esperaría a que desaparezcan las señales de alerta. Las últimas dos son, sin dudas, conductas riesgosas. En estos casos la urgencia prima y dilatar la asistencia aumenta las chances de morir o sufrir secuelas incapacitantes.

“Creemos que esto implica cierto escepticismo con respecto a la utilidad, la rapidez y la eficacia de los servicios de emergencia. Lo ideal sería que el sistema de urgencias funcionara bien y que uno hiciera un llamado y a partir de ahí el sistema médico se ocupara. Pero si no se está seguro de que eso ocurrirá y el paciente es trasladable, esa cosa medio casera y argentina de cargarlo en el taxi o en el auto de un familiar nos ha permitido hacer cosas que de otra manera no habríamos logrado”, comenta Ameriso, aunque aclara que la última es una recomendación off label, es decir, fuera de prospecto.

Las mujeres, mejor

El grupo que más sabe de la enfermedad son las mujeres mayores de 50 años. Ellas también se someten a más controles de salud que los hombres y consultan antes en caso de aparición de síntomas de la enfermedad. Un dato sobresaliente: la mitad de los menores de 30 no identificó a las drogas como factor de riesgo de la enfermedad, cuando sí lo es.

Fuente: Diario Clarín